martes, 16 de agosto de 2011

Arturo Reyes Fragoso Jamboree mexicano, instantáneas - Invertir en Polonia

Invertir en Polonia: Noticias y actualidad : La participación fue de proporciones modestas –no más de 600 scouts de una decena de países, con una infraestructura más emparentada al de un campamento nacional–, diferencia que acentuará abismalmente el Jamboree que empezará dentro de una par de semanas en Suecia, con la participación de miles de scouts provenientes de docenas de países y un contingente mexicano de varios centenares de integrantes.

Sin embargo, lo que vi la semana pasada en el Parque Estatal Bicentenario, a las afueras del pueblo de San Francisco Totimehuacán, Puebla, me resultó familiar, agradablemente familiar, a lo que siempre he visto que ha sido un evento scout (sin duda mis referentes son modestos), con todas las broncas que implica realizarlos.

A ambos siempre los encontré impecablemente uniformados durante todo el evento. Debió ser a la segunda charla que sostuve con Gerardo Martínez Hernández, presidente de la Agrupación Scout Mexicana y coordinador general del Jamboree, que reparé en la arracada negra que le envolvía un lóbulo de la oreja, algo sin duda menos ostentoso que la cola de caballo de respetable longitud que sobresalía bajo el sombrero de cuatro pedradas de Klaus Tegeder, el presidente mundial de la Word Federation of Independent Scouts, un alemán colindante a los dos metros de altura de jipioso aire bonachón.

Malditas comparaciones. Recuerdo a los dirigentes de la Oficina Scout Mundial de la Organización Mundial del Movimiento Scout que acudieron al campamento general de Teotihiuacán durante el Moot del 2000: también iban impecablemente uniformados pero con pinta de ejecutivos de alto nivel de un corporativo mundial.

¿Dónde se jodió el asunto?

Paso frente a la tiendita más cercana al campamento, a dos kilómetros por la carretera de regreso al pueblo, luego de pasar el cementerio y la desviación que nace frente a su entrada rumbo al balneario rural, donde se realizan las actividades acuáticas del programa. Afuera del establecimiento hay una banca donde se encuentra un dirigente del contingente alemán, con camisola azul de manga larga y una cabellera bicolor de evocaciones mohicanas. Bebe una cerveza mientras contempla el apacible paisaje al atardecer. Lo envidio, no tanto por la cerveza sino por el enverdecido entorno en que sorbe el líquido de la lata con manifiesta delectación. Así es como debe conocerse un país.

Durante la inauguración, los mexicanos pagan su novatada como organizadores de eventos mundiales: el maestro de ceremonias que anunció a cada uno de los participantes del Desfile de las Naciones, toma el micrófono para ofrecer disculpas por la lamentable omisión de la delegación panameña, la cual procede a recorrer la explanada presidida por el obelisco que emblematiza al parque, en medio de aplausos y porras del resto de la concurrencia. Se les barrió, ni modo. Tuvieron que apechugar el reclamo de los ofendidísimos centroamericanos.

Ric Raynor es el dirigente de una tropa de canadienses. A todos cae bien y tiene todo el estereotipo de integrante de la Real Policía Montada del Canadá (no olvidemos que también usan sombreros idénticos al scout). Por si fuera poco, vive en la Columbia Británica: nomás le falta la casaca roja… y el caballo.

Ningún servicio de alimentos sale bien librado de un evento de esta naturaleza, y el del Jamboree no es la excepción. ¿Quién puede ofrecer un menú que de gusto a paladares tan disímbolos? "La verdad nos quedamos con algo de hambre", me dice un muchacho ecuatoriano, quien procede a darme una espontánea cátedra de costumbres alimenticias al mencionarme que allá suelen acompañar sus alimentos con ingentes cantidades de arroz.

El problema, pienso, no es la falta de comida sino qué darles de a todos sin exterminar a la mitad de los participantes. ¿Se imaginan a un alemán comiendo mole poblano? ¿O, mejor aún, un guasmole de carnero –variable del afamado mole de caderas– que sirven con un espectacular zancarrón de carnero nadando en caldo con chile guajillo que me desapaché en el mercado de comida ubicado a la entrada del pueblo?

Y no –hay que decirlo–, al final ningún participante del Jamboree era de la Asociación de Scouts de México.

–Aquí hay en la entrada unos scouts de la ASMAC que quieren entrar a cambiar insignias– se escuchó por uno de los aparatos de comunicación interna la voz de uno de los encargados de controlar la entrada al lugar de acampado.

–Diles que lo sentimos, pero que es un evento privado –le contestaron.

A continuación, entrando en el ámbito de la información no verificable, me entero de la versión que había corrido sobre la amenaza de expulsión emitida por los dirigentes locales de los "asmaquientos" (así les dicen por allá) a los scouts a su cargo que intentaran asistir al Jamboree "de la competencia", y cómo mejor los organizadores optaron por no comprar broncas.

Lo cierto es que en Meztitla tampoco dejan entrar gente a un evento al que no estén registrados, aunque pertenezcan a la misma agrupación.

–Sí tú compras un Toyota y comienzas a cambiarle sus piezas por las de autos de otras marcas, como el motor o la suspensión, al final no puedes decir que sigues teniendo un Toyota –me explica Manuel Miranda, el jefe de la delegación panameña y comisionado de Adiestramiento para Centroamérica, respecto a las causas que lo motivaron a separarse, como la mayoría de los dirigentes que asisten al evento.

Los argumentos pueden ser discutibles. Pero la metáfora automotriz es sensacional.

Para la última tarde del evento, ya había varias parejitas de adolescentes caminando abrazadas por la zona de acampado. Estoy a espaldas de una chilena quien, tiernamente, recarga su cabeza en el hombro de su compañero, quien igual es chileno aunque no sé por qué prefiero imaginarlo de una nacionalidad distinta. ¿Para eso sirven estos eventos? Pues sí, entre otras cosas.

Veo a varias chilenas y canadienses –pertenecientes a una tropa de la comunidad polaca radicada en aquella nación de Norteamérica que, entre otras cosas, se identifican por usar unas gorras de padrísisimo diseño, llamadas "rogatywka"– entremezclados para tomarse una foto. Posan abrazados frente a la cámara, con el Popocatépetl e Iztaccíhuatl coronados de nieve frente a ellos (yo hubiera invertido el ángulo de la toma para que los volcanes salieran en la foto). De pronto, antes de realizar la toma, uno de los muchachos le sacude la cabeza a una chilena con sonoro zape. Todos ríen. Entonces la agredida le arroja la funda de la cámara que lleva en la mano al muchacho, quien se agacha para esquivar el improvisado proyectil. Todos ríen antes de volver a abrazarse para tomarse la foto. ¿Para eso sirven estos eventos? Pues sí, entre otras cosas.

Fuente: Blogs.milenio.com

Editado por: Invertir en Polonia

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